Mundo Tradicional es una publicación dedicada al estudio de la espiritualidad de Oriente y de Occidente, especialmente de algunas de sus formas tradicionales, destacando la importancia de su mensaje y su plena actualidad a la hora de orientarse cabalmente dentro del confuso ámbito de las corrientes y modas del pensamiento moderno, tan extrañas al verdadero espíritu humano.

sábado, 6 de abril de 2013

RENÉ GUÉNON Y EL TASAWWUF ISLÁMICO, por Manuel Plana

Poco después del deceso de René Guénon (7-1-1951), Michel Valsán comentaba: “…dada la ocasión, muchos se han extrañado al enterarse que fue musulmán.” (…) “Otros se preguntaban si podía haber acuerdo entre su perspectiva doctrinal y su postura tradicional personal. Otros incluso han llegado a pensar que su enseñanza metafísica e intelectual no podría considerarse compatible con la doctrina islámica. No es necesario destacar lo que hay de superficial o aún de malévolo en este género de opiniones o de suposiciones.” (1) 
Hace poco más de treinta años, el profesor Nadjmud Din Bammate señalaba a propósito de lo mismo: ”Es curioso ver, incluso entre los fervientes adeptos de la obra guenoniana, esforzarse en poner entre paréntesis, como un molesto incidente, su conversión al Islam y notar, por ejemplo, que tiene poco lugar en sus escritos la tradición islámica.” (2)
Salvo pocas excepciones, el desdén hacia este tema poco ha cambiado hasta ahora, por lo visto, la opción personal de Guénon fue tan “personal” que no vale la pena considerarla, y si las doctrinas islámicas son poco sobradas en su obra, ¿para qué interesarse por el Islam y el sufismo? Es lo que piensan algunos “guenonianos”, los mismos que desdeñan el Islam y no ven en el sufismo sino algo pseudo-religioso, convencidos quizá de que las instituciones occidentales de este tipo, si es que comparativamente las hay, están mejor dotadas y son más adecuadas para el hombre occidental. 

La poca presencia que en sus libros tiene el Islam y su tasawwuf, es decir, el sufismo, se debe a razones de peso que él mismo explica como veremos, pero ha hecho creer a bastantes de sus lectores el tener que descartarlo como tradición realmente operativa para ellos mismos, pensando que al dirigirse sobretodo al hombre occidental era a sus únicas tradiciones occidentales (de hecho solo hay una iniciática) a quien Guénon remitia, lo cual, sin dejar de ser una posibilidad siempre estimada, no se limita a eso en absoluto. Ciertamente, si Guénon escribió sobretodo para el hombre occidental es por las razones evidentes del decrépito estado de su espiritualidad,  pero la luz que vertió, al menos en lo que toca a lo esencial, venía de Oriente, cosa que le reprocharon muchos y que él nunca desmintió. Y bajo esa luz es que todo lo referente a la realización espiritual y al simbolismo sagrado en sus más importantes aspectos, retomó su definición original, tanto en el caso de las tradiciones occidentales como orientales.  


Si bien cierto que, en su caso y dado el papel “recapitulador” que se atribuye a su obra y la correspondiente función axial de la misma para estos tiempos, se sitúa a parte de la que detentan específicamente las formas tradicionales exteriores, es muy osado negar toda relación entre su función iniciática y la que corresponde también a su propia vía “personal”. Y es precisamente por esa función especial, pareja a la que enmarca el carácter estrictamente “teórico”, es decir, doctrinal (ilmiyya) de su obra y no el educador (tarbiyya) de su papel aún siendo sheikh (además de dirigirse a un mundo no sólo afectado por una profunda crisis espiritual que toca a sus propias instituciones, sino hostil a toda religión) que, a pesar de su filiación islámica, él mismo no habla desde una única tradición particular –ni tampoco recomienda, si no es de modo genérico, unos métodos de realización con preferencia a otros de otra tradición- , sino más bien insiste en la Verdad única y primordial, que coincide con lo más esencial de todas las históricamente conocidas. 

“No estamos encargados de llevar o quitar adherentes a ninguna organización cual sea, no inducimos a nadie a pedir la iniciación aquí o allí, ni a abstenerse, y estimamos incluso que eso no nos toca de ninguna manera y no sabría entrar en nuestro papel” (Aperçus sur l’ínitiation. P. 8-9.)

Admitimos que en lo personal entendemos bien su rechazo a cualquier proselitismo, pero menos su insistencia en situarse siempre fuera del marco de cualquier tradición concreta a la hora de hablar de temas principales de la espiritualidad, sino más bien en nombre de una Tradición Primordial, lo cual ha ido un poco en detrimento suyo con el tiempo, pues muchos han supuesto que algunas de sus aseveraciones son de cosecha propia o bien que esa Tradición Primordial está formulada del mismo modo que aquellas y que hay realmente una “iniciación a la Tradición Primordial” solo accesible a los privilegiados, como hemos podido constatar personalmente nosotros mismos en varias ocasiones. Guénon parece conocer lo esencial de casi todas las tradiciones que toca, y bastante más, pero él mismo no habla desde ninguna en particular; cualquier lector que no conociera su vida, no adivinaría seguramente su filiación sufí.

Si dedica bastantes páginas excepcionalmente clarificadoras al simbolismo masónico (tradición la Masonería básicamente occidental pero que da, por cierto, una importancia simbólica superlativa al “Oriente”) es por qué, a pesar de sus limitaciones actuales y de su ostensible degradación, es la única forma tradicional que puede reclamar en Occidente al menos un origen iniciático auténtico, aunque eso no le impide a Guénon denunciar los intereses “modernos” que la gobiernan, las filtraciones subversivas que ha padecido y el nivel real del alcance iniciático que pretende, dando empero bastantes sugerencias en caso de una posible reforma de la institución si las circunstancias lo propiciaran. (3) Del cristianismo desarrolla lo esencial de su tradición iniciática, hoy dia desaparecida, no precisamente de la religiosa. Veremos por qué toma del hinduismo sobretodo la metafísica, pero si su obra se distingue, decíamos, es por insistir siempre en el sustrato unitario de todas las tradiciones (la Sabiduría Perenne), creando escuela al señalarlo constantemente a través del estudio comparativo de las diversas simbologías y ciencias sagradas. Igualmente y a pesar de ser una opción puramente personal, su conversión al Islam nunca fue según él una conversión, sino simplemente un cambio de forma dentro de una misma y única vía (es por eso mismo que tampoco podría decirse que dejara nunca de ser cristiano, masón, taoísta o hinduista, aunque eso mismo sea motivo de escándalo para muchos pusilánimes de diferentes confesiones a las que ven como exclusivas e incompatibles). En cuanto al Islam, que es la última tradición sagrada de este ciclo –y la última civilización tradicional- es sabido que se identifica directamente con esa Tradición Primordial (Dîn al Fitrâh, Dîn al Qayyum), y en la que especialmente insiste, aunque Guénon no insiste apenas sobre este punto.

Fue Guénon precisamente el primero en alentar los contactos efectivos entre el verdadero tasawwuf islámico y los aspirantes occidentales, contactos que prosiguieron hasta hoy afianzándose cada vez más, lo que ha creado en el seno de algunas turuq de próximo Oriente un porcentaje notable de foqaras occidentales, algunos de los cuales provienen, por cierto, de ámbitos masónicos. Esto también ha supuesto para las turuq un cambio de concepto en sus caracteres autóctonos, que ha visto ampliarse con miembros de otras culturas y tradiciones que la árabe. Es Michel Valsân sobretodo (colaborador directo suyo, moqqadam de la tariqa shadiliyya-alawia de París en esa época), y otros (Ch. A. Gilis, Abd al Halîm Mahmûd,…) quienes han señalado el trasfondo islámico de su función espiritual (4), no sin suscitar, desde luego, incredulidades y desencuentros: 

“La idea tradicional tal como se la conoce hoy en día en occidente después de la obra de René Guénon, tiene históricamente un seguro origen islámico y akbariano.  Este origen inmediato y particular no excluye que tenga otro más generalmente oriental, pues, la unidad de dirección de todo orden tradicional comporta la participación de factores múltiples y diversos actuando todos en perfecta coherencia y harmonia. El Islam mismo aparece en la obra de René Guénon en lo que hay en él de más esencial y trascendente, y por lo mismo, de más universalmente tradicional” (...) “Estaba en la economía más normal de las cosas que, con respecto al Occidente moderno, la función intelectual de la doctrina tradicional tomara su apoyo inmediato en el Islam, pues, este es el intermediario natural entre el Oriente y el Occidente, y por eso es solidario, incluso en el plano exterior, de todo orden tradicional terrestre.” (4) Por nuestra parte, no nos atreveríamos a suscribir sin reservas estas afirmaciones de M. Valsân por varios motivos, el primero sobretodo por nuestra ignorancia e incompetencia al respecto, después por el papel universal mismo de la obra guenoniana, pero también porque, siendo un tema tan importante como delicado, el propio Guénon nunca dejó nada dicho que explícitamente lo confirmara o lo negara; sin embargo, y del mismo modo, tampoco nos atreveríamos a negarlas de plano, pues, además de su indiscutible origen “generalmente oriental” existen también muchas coincidencias personales al respecto.

Guénon explica por qué (a despecho de su sufismo) elige tal lenguaje y tal punto de apoyo y no otro en sus escritos, pues, ya desde las primeras publicaciones, recibió críticas por no decir las cosas al gusto cristiano de algunos o “esotérico” de otros. “Podría preguntarse, porqué tomamos por principal punto de apoyo la India más bien que la China, o aún, porqué no vemos como más ventajoso basarnos en lo que está más próximo de Occidente, es decir, el esoterismo islámico.” (…) “Las formas de expresión de las doctrinas hindúes, todo y siendo extremadamente diferentes a lo que está habituado el pensamiento occidental, son relativamente más asimilables y reservan las más extensas posibilidades de adaptación. Podríamos decir que, para lo que se trata, ocupando una posición media entre el conjunto oriental (entre extremo Oriente y Oriente próximo), la India no está ni demasiado lejos ni demasiado cerca de Occidente.” (…) “Es verdad que la civilización islámica, con su doble faz esotérica y exotérica y con la forma religiosa que reviste esta última, es lo que más se parece a lo que sería una civilización tradicional occidental. Pero la presencia misma de esta forma religiosa, por la cual el Islam se asimila de algún modo a Occidente, despierta ciertas susceptibilidades, que por poco justificadas que sean en el fondo, no estarían exentas de peligro. Aquellos que son incapaces de distinguir entre los diferentes dominios, creerían falsamente en una concurrencia sobre el terreno religioso.” (…)” la civilización islámica es tan mal conocida por los occidentales como las civilizaciones más orientales, y sobretodo, su parte metafísica, que es la que nos interesa aquí, se les escapa enteramente. (…) Y ciertamente, hay en la masa occidental (en la que incluimos la mayoría de pseudointelectuales), mucho más odio con respecto a todo lo que es islámico que en lo que concierne al resto del Oriente. El miedo es una buena parte de los móviles de este odio, y este estado de espíritu no es debido más que a la incomprensión pero, en tanto exista, la más elemental prudencia exige que se la tenga en cuenta en una cierta medida. La élite en vías de constitución tendrá trabajo para vencer la hostilidad a la que se expondrá forzosamente de diversos lados sin acrecentarla inútilmente, dando lugar a falsas suposiciones que la estupidez y la malevolencia combinadas no faltarían de acreditar; las habrá de todas maneras, pero, cuando se pueden preveer, es mejor procurar que no se produzcan, si es posible sin entrañar, al menos, otras consecuencias peores. Es por esta razón, que no nos parece oportuno apoyarnos principalmente sobre el esoterismo islámico, aunque eso no impide, naturalmente, que ese esoterismo, siendo de esencia puramente metafísica, ofrece el equivalente de lo que se encuentra en otras doctrinas.” (5)

Quedan muy claras en estas líneas (6) las razones de Guénon al respecto de este tema,  y también la confianza que tenía en el tasawwuf y la relación de todo eso con la constitución de una posible élite (7) y de la consolidación de una oportunidad iniciática para muchos occidentales sin prejuicios confesionales, hecho que se ha negado, disimulado e incluso falseado muchas veces; y también advierte de la reacción en contra a esperar de cualquier iniciativa a favor del Islam y del tasawwuf por parte de aquellos que ignoran casi todo del universo espiritual islámico pero sienten una profunda antipatía hacia él, aunque creen saber más que suficiente, juzgando al sufismo, nada menos, según los desmanes quizá de alguna tariqa irregular que ni siquiera conocen bien, o quizá de las “new age” que pululan un poco por todas partes como los sucedáneos del Yoga y el Zen.  

Es cierto que, con respecto a la elección de una vía particular, Guénon siempre observó como más prudente mantenerse a poder ser en la misma tradición nativa, pero sin dejar de señalar por igual que eso no tenía que ser tampoco una condición constrictiva, ni una manera de limitar las posibilidades del ser en la medida que en su tradición propia no encontrase la manera de poder realizarlas, que es lo que desgraciadamente ocurre en la mayoría de los casos, y muchas veces no precisamente por no haberse intentado a costa de inútiles esfuerzos y sinsabores. Al no existir vías iniciáticas cristianas, la única en Occidente accesible de estas características es la Masonería. En efecto, el estado real de las órdenes masónicas a excepción de rarísimas excepciones, estaba, en vida de Guénon y ahora mismo también, tan sumamente degradado que poca cosa podría hacerse sin dislocar todo el sistema, el impuesto por la masonería moderna, “especulativa” y “obedencial” desde su reorganización andersoniana en 1723, pero que ahora en gran medida ni siquiera es especulativa o verdaderamente simbólica, pues, su carácter iniciático apenas tiene una función meramente protocolaria y administrativa. (8)

Es posible que decir estas cosas les parezca a algunos un ejercicio de proselitismo del Islam, o un “panegírico” a favor del tasawwuf, o una manipulación de la figura de Guénon versus sarracenum y no simplemente la constatación de un hecho. Y curioso que algunas de esas descalificaciones contra el tasawwuf y el Islam provengan a veces de ámbitos supuestamente “guenonianos”, sin darse cuenta quizá de que parodian la parábola de la paja en ojo ajeno y la viga en el propio. Bien al contrario, pensamos que cualquier proselitismo en materia espiritual es nefasto por muchas razones, y que nadie debería entrar en una vía iniciática sin asesorarse bien y sin que presentara reales afinidades con ella, tanto como que el tassawwuf tampoco podría ser, desde luego, la mejor vía para todo el mundo. En vida de Guénon la posibilidad iniciática estaba incluso bastante más limitada que hoy en día en Europa y América (con un Oriente espiritual ahora más accesible aunque también más “modernizado”), y si dirige a algunos corresponsales al tasawwuf y a otros a la masonería –en concreto a una logia en proyecto- es porque realmente la cosa no daba para más. Si no los dirige –ni él tampoco- a la tradición hindú, siendo que ésta ocupa su máxima atención en materia metafísica, es sencillamente porque en ese momento solo conoce la rama védica; pero otra cosa hubiera sido con respecto a las ramas tántricas, agámicas y especialmente el shivaismo cachemir, de los que habla escuetamente o no habla en absoluto.

El hecho de comportar el Islam una religión e incluso una “religiosidad” sentimentalmente muy parecida a la cristiana occidental, ya excita de por sí un recelo exclusivista que, sumado a diferencias formales de doctrina y rito y a un desconocimiento total del esoterismo islámico (también por ambas partes), consolida el prejuicio secular hacia el “moro” y del moro al occidental “infiel”. Pero, si la imagen mental ordinaria que del musulmán tiene el hombre moderno de a pie y viceversa, no se ajustan nunca a la realidad, siendo más bien estereotipos simplistas creados en gran medida por los intereses político-mediáticos, ¿podrían juzgarse las tradiciones desde la mera perspectiva del creyente de a pie?  Precisamente por eso, aquellos que viven una vida iniciática, que tienen un “nivel” espiritual efectivo –o pretendido-, esa “élite” sin prejuicios, que está por encima de diferencias religiosas, formales, morales, políticas, étnicas, clasistas, sexistas, etc… no podrían nunca sumarse a este abyecto ejercicio de demolición a menos de ser meros farsantes o algo peor, seguramente sin ellos mismos apercibirse, bien al contrario, convencidos y pagados de ser los “v.i.p.” de la “élite iniciática” de Occidente. Los que promueven la confusión entre Islam e islamismo más o menos radical ¿no son conscientes de que incurren en el mismo error que profesan los propios integristas islámicos?, que creen que todo el sufismo es “folclórico”, religioso o a lo sumo “teológico”, fijándose tan solo en las cofradías más publicitadas en Occidente dedicadas a espectáculos para turistas sirviendo de señuelo a las agencias de viajes, pero ignorando todo absolutamente del sufismo auténtico y de su viva, extensa y compleja existencia contemporánea, a veces dramática, desde el Mahgreb hasta China, y también en los países occidentales.

Desde su “disminución” moderna, la revivificación de la Masonería siempre se ha contemplado como una posibilidad deseada y necesaria, providencial para Occidente de tener éxito, y algunos masones guenonianos lo han intentado desde dentro pero con muy escasa fortuna y poca repercusión general, pues está sumamente secuestrada por elementos profanos, pseudo-iniciáticos e incluso contra-iniciáticos. De igual modo, no son pocos los que intentando recuperar lo mejor del esoterismo occidental no hacen, en el mejor caso, sino enciclopedismo esotérico, retórica “tradicionalista”, guenonismo idólatra e incluso turismo “arqueológico-simbólico”, quizá no despreciable desde el punto de vista “cultural”, pero sin ser desde luego lo suyo ni lo que puede avalar tantas pretensiones. El estudio de la simbología esotérica, como todo tipo de conocimiento libresco de la doctrina espiritual, es utilísimo para ordenar todo el bagaje conceptual del individuo si es capaz de asimilarlo correctamente, pero siempre encarado a la realización y a sus métodos, no al desarrollismo “intelectual”, que es de orden puramente mental, cosa que Guénon no cesa de advertir en toda su obra. De hecho, se confunde sistemáticamente el discurso simbólico de las ciencias tradicionales con la verdadera Gnosis, la cual tendríamos legítimamente que reservar para el conocimiento metafísico puro desde un planteamiento eminentemente No-dual, pues todo planteamiento dual, sin ser del todo falso si apunta a la Unidad (como es el caso de las ciencias cosmológicas, la teología, etc…) ya establece una dicotomía ilusoria en la unidad del Sí mismo, y es por ello que a la hora de exponer lo esencial de la Gnosis Guénon ha de recurrir al adwaita Vedanta y no precisamente a lo mejor de la filosofía griega o de la mística cristiana. Por sí mismo y sin dejar de ser un útil para la inteligencia, capaz de abrir siempre nuevos horizontes a la concepción ordinaria, el conocimiento libresco no deja de ser, empero, sino algo provisional, una preparación al verdadero conocimiento. Y es por ello que cultivado per se fácilmente se convierte en un saber de “cartón-piedra”, tomando entonces formas escolares, literarias, retóricas, eruditas y a veces incluso esperpénticas. Y es en ese sentido que en el sufismo se recomienda purificar el alma y la mente antes de pretender asimilar demasiadas nociones de doctrina, pues, es en ese orden que la asimilación de lo leído no fortalecerá más aún el ridículo “orgullo intelectual” del nafs, es decir, del ego, librándose a un “progreso” diametralmente opuesto al verdadero objetivo.  

Es éste un fenómeno que se ha generado también como reacción a la difusión de la obra guenoniana, inspirando nuevas corrientes de pensamiento tradicional algunas sabiamente inspiradas y bien recomendables, pero también muchas otras interpretando la necesaria e indispensable “preparación teórica” que señala Guénon a toda labor iniciática, como una nueva forma de literatura esotérica de “nivel” producida por aquellos que, “cogiendo la antorcha” y en nombre de una tradición “sapiencial” sui generis, se ven impelidos a imitar al maestro mediante fritos y refritos inacabables, innecesarios y aburridos de su obra, publicando febrilmente sus propias versiones de casi todo lo ya dicho y confundiendo la vía espiritual con una carrera literaria de autopromoción y, sobretodo, de “auto-investidura” iniciática.

El Islam verdadero no es incompatible con ninguna tradición auténtica, Oriental u Occidental, pero el Islam está lejos de ser un bloque uniforme, homogéneo y monolítico, como no lo es el cristianismo con sus variadas iglesias y sectas, siempre en pugna entre ellas, que igualmente tiene el mundo islámico, (ver las 72 sectas que auguró el Profeta –slaws- para el final de los tiempos), como el Salafismo, el Wahabbismo o el Jihadismo entre otras muchas variantes. Del mismo modo, el sufismo está extraordinariamente vivo en muchas áreas geográficas del planeta, con un generoso surtido de turuq. Es cierto que algunas han bajado bastante el listón “intelectual” y que un claro devocionalismo marca bastante el talante general (no sólo en el mundo islámico sino el hindú también) aunque no todas por igual, pero eso no ha excluido el acerbo metafísico de las mismas, ni ha mermado su riquísimo simbolismo iniciático, ni ha “profanado el templo” como en otras formas donde la “laicidad” anti-religiosa es patente de corso y tampoco una gran “ventaja” iniciática. También es cierto que algunas turuq se han degradado por completo en ese sentido y en el folclórico en especial (ver la Kaladariyyah…), pero realmente son una minoría en tierras del Islam comparadas con las regulares. Por eso mismo y vista la equívoca imagen mental que se tiene en Occidente del Islam y de todo lo suyo, y también a la inversa la de muchos musulmanes que confunden mundo cristiano con modernidad-materialismo-imperialismo-satanismo, las tentativas de “tolerancia” y diálogo interreligioso tendrían todas que examinar primero hasta que punto el prejuicio ignorante y resabiado ha hecho mella en la comprensión de la tradición propia, hasta que punto los inconfesables intereses creados y la politización se han instalado en sus ideologías (pura retórica moralista), en las comunidades religiosas de ambos bandos y en sus muchas y poderosas sectas, sufragadas muchas veces por un mismo “oro negro”. 

Lo que es incompatible en verdad es cualquier forma de vida y cosmovisión tradicional y los equivalentes del pensamiento moderno, realmente anti-cristiano, anti-islámico y anti-tradicional. Y se entiende fácilmente cuando se comprueba que todos esos valores “modernos” se reducen a una sola cosa bien grosera, y que todo ese pensamiento, en lo que tiene de “filosófico” y pseudocientífico, no es sino el desarrollo anormal de una serie de incomprensiones esenciales que acaban en la negación pura y simple de todos los postulados de la Sabiduría sagrada, encarnados en Occidente por el cristianismo y la tradición grecorromana, algo en lo que ha jugado un papel también decisivo la decadencia de sus propias instituciones religiosas. 

El Islam y sus gentes no han escapado desde luego a los “signos de los tiempos”, ni tampoco el mundo oriental en conjunto, buena prueba es la ignorancia bastante generalizada de su dimensión esotérica y el fanatismo criminal y también ridículo de muchos mal llamados musulmanes, pero a su favor y sin disculpar la perversa hipocresía de muchos líderes islámicos, ha de reconocerse que buena parte de su decadencia es debida, sobre todo en este último siglo y medio, a su contacto con el mundo occidental moderno, y que el tasawwuf, tanto como muchas formas iniciáticas orientales en sus respectivos países, es una realidad muy organizada, viva y regular en muchas áreas de todo el mundo, aunque mucha gente de la Shari’a lo vean aún como una herejía o algo ajeno al Islam y que el radicalismo islamista lo quiera destruir. 

De igual modo, que exista un sufismo popular no significa que todo el sufismo sea popular, sino que la estructura de las turuq, especialmente algunas, permite círculos periféricos con un único centro espiritual de élite; además, el punto de contacto con la realidad social de una organización iniciática, encuentra en el hombre simple, incluso inculto, pero creyente, honesto y sincero, la mejor base, y no precisamente en una clase “media” pretendidamente culta y resabiada, cosa que Guénon señaló especialmente; el pseudo-sufismo en cambio es un producto occidental u occidentalizado, un sucedáneo de sufismo. 
No por ser “popular” en su periferia, es decir, abierto a personas dotadas para la devoción pero poco para la intelección, el sufismo no es menos sufismo; como el Islam, el tasawwuf también es recapitulativo, su carácter principal y esencialmente gnóstico no excluye la vía del amor, ni la de la acción ritual. Sin embargo, la efectividad del sufismo no reside en la cantidad más o menos grande de foqaras de una tariqa, sino en la regularidad de su Silsila (cadena iniciática) y en el carisma espiritual de su Sheikh; donde hay uno o varios discípulos (Murîd) y un maestro espiritual verdadero (Murshîd), engarzados en la Silsila del Profeta (slaws), allí hay sufismo. 

Si el Islam tiene alguna verdadera imagen hoy en dia, esa es el tasawwuf con todas sus grandezas y miserias, lo cual no reconocen bastantes musulmanes mismos, para quienes las leyes y normas de la Shari’a, que muchas veces confunden con el Fiqh (jurisdicción), bastan y sobran o deberían hacerlo, dicen, para representar al Islam. De ahí que muchos maestros del tasawwuf ven a Occidente como una tierra fecunda para el sufismo dada su paradójica situación, espiritualmente anémica en extremo pero con plenas libertades religiosas. 

Lo que es incompatible con el tasawwuf es cualquier forma de dogmatismo, extremismo, radicalismo o personalismo, sea religioso o no, incluido el “guenonismo”, que el Sheik Abdel Wahid Yahia ya empezó a detestar en vida, el que caracteriza una interpretación literal  y dogmática de sus escritos, un culto innecesario a su individualidad, un mimetismo de su lenguaje e incluso una pretensión de “investidura” de su misma misión y papel espiritual. Pero lo peor del “guenonismo” no es precisamente la devoción a Guénon sino la manipulación y tergiversación más o menos grosera de su obra a favor de criterios, opiniones e intereses particulares de muchos que retocan a capricho sus propias palabras, entrando en contradicciones ridículas y sobretodo pedantes, advertidas por todo el mundo menos por ellos mismos (incluidos aquellos –también musulmanes- que imitando su lenguaje y aprovechando su erudición la reutilizan en contra suya mediante afanosas campañas de infame descrédito) (9). Ese Guénon imaginario es el propio ego imaginario de los “guenonianos” de cartón-piedra, que creen conocer mejor que él sus intenciones tanto como esa “egoidad” que Guénon mismo ignoraba cuando no le fastidiaba, quizá porque no era del todo “consciente” de su enorme valía espiritual-personal como creía y le reprochaba su “psicoanalista” particular F. Schuón, que hizo todo lo posible para que no le ocurriera lo mismo, como también muchos de estos “guenonianos” de cartón-piedra afanados en su autopromoción. 

En lo individual, buena parte de su vida la vivió como Abdel Wahid Yahia lo más discretamente que pudo, (10) en la obra prefirió desaparecer tras la impersonalidad de la Verdad única y universal, credencial suficiente, y no optó por el anonimato, decía, no por falta de ganas sino debido a la total  deshonestidad intelectual imperante, gesto prudente y tanto más ahora, la época de internet, en la que el pirateo ya no es tal sino “compartir” una misma masa anónima y más o menos caótica de información y en donde ver circular escritos de uno por la “red” firmados impunemente por otros es cosa normal, incluso para algunos “guenonianos”.


1.- Etudes Traditionnelles. Ene.- Feb. 1953. Recopilado después en L’Islam et la fonction de René Guenon. Cp.1. Les editions de l’oeuvre. París. 1971.

2.- René Guénon et l’actualité de la pensée traditionnelle. Actes du Colloque International de Cerisy-La-Salle : 13-20 Juillet 1973. Arché Milano 1980.

3.- Con todo y ya desde el principio, lo veía un proyecto bastante inviable, no por culpa de la Masonería misma, sino por estar casi completamente secuestrada y copada por profanos, así como manipulados algunos de sus rituales.

4.- Tradición ligada a la corriente akbariana de su propio Sheik Abdel Rahman Elish el Kebir, shadili egipcio, nos referimos a la “jirka” o herencia espiritual de Mohyidin Ibn ‘Arabi, expresada en su doctrina del Tasarruf o gobierno esotérico del mundo (jirka a la que también estuvo vinculado entre otros el Emir Abdel Qader), es decir, el gobierno “invisible” o función reguladora que detenta el Rey del Mundo en todas las tradiciones y que en el Islam, y en el tasawwuf en especial, encarna además del propio Profeta Muhammad (slaws) -en tanto Al Insan Al Kamil u Hombre universal- la figura del Jadir, sin “genealogía” conocida, (como Melkitsedek, el cual, como se sabe, está a la cabeza de la baraka abrahámica), siendo el elemento “polar” de la misma. Guénon dijo conocer bien a este Jadir aunque nunca se extendió sobre eso.
Michel Valsân.  L’Islam et la fonction de René Guénon. C. 1ª. Pg. 39.

5.- Orient et Occident. Ed. Vega. París 1976. pgs. 203, 204, 205.

6.- Y también en muchos puntos de sus libros y en la ingente correspondencia que mantuvo con muy diversas personalidades, mucha de la cual ya es accesible.

7.- La idea de “élite”, como tantas otras, (ver la de “casta”) es de esas tan mal comprendidas por el pensamiento moderno encallado en su confusión entre calidad y cantidad. En el Islam la élite son, efectivamente, los verdaderos iniciados, los que practican o recorren la Vía, pero esa “aristocracia” no les confiere ningún ornamento diferenciador, ni constituye ningún “orgullo” personal, ni ninguna distinción de “clase”, ni una especie de titulo académico, ni una superioridad exterior con respecto al musulmán común, bien al contrario, en muchos casos han de pasar desapercibidos, o se los considera poco más que locos, extravagantes o ilusos. La verdadera “aristocracia” es puramente interior y además de una disposición intelectual especial, se expresa por una auténtica nobleza de corazón, ajena a todo egolatrismo e interés propio, nobleza o fuerza interior de la que da buena  cuenta la Futuwwa. Además, en el Tasawwuf los espiritualmente más importantes son en realidad los que constituyen la “élite de la élite”, es decir, los verdaderos adeptos, cuyo estado solo ellos conocen y que exteriormente no tienen por qué destacarse del hombre común si no quieren.

 8.- De ahí que desde su muerte algunos talleres, especialmente en Francia que conozcamos, se han organizado de modo bastante discreto según el modelo masónico antiguo y no según el obedencial moderno, trabajando en ritos fieles a lo operativo recomendados directamente por Guénon mismo, talleres en los que pueden encontrarse también musulmanes, e incluso sufíes, ya que si una ventaja tiene la Masonería actual es su compatibilidad con cualquier forma religiosa. 

9.- Ese es el caso de un libro recientemente publicado en Internet de Samir Hariche, El perennialismo a la luz del Islam, Visión Libros 2012, donde el delirio, la ignorancia “docta” y la mala fe se alían para vomitar las peores calumnias sobre Guénon, aprovechándo, eso sí, sus propios argumentos y su propia erudición. Para el Sr. Hariche que Guénon sea el primero que denuncia con toda energía y lujo de detalles la contra-iniciación, no es sino una hábil estrategia para ocultar sus verdaderas intenciones, ya que es él mismo el principal agente instigador y creador de la contra-iniciación contemporánea a gran escala.

10.- Se está lejos de conocer la “vida simple”y “tranquila” que vivió Guénon en su “retiro” cairota, su vida de sufí, sus relaciones con maestros del Tasawwuf, etc… En un artículo de Muhammad Hassan Chadli sobre el Sheij Salama Râdî, en uno de los últimos números de la revista La Regle d’Abraham, se da una perspectiva muy diferente de todo eso. Ver en Mundo Tradicional su versión en castellano cedida por la revista Letra y Espíritu.