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domingo, 20 de octubre de 2013

EL DR. ANDERSON, UN HERMANO DESCONOCIDO (I), por Sergey Kitaev


Frontispicio de la primera edición de las Constituciones (grabado por John Pine, 1723). Posiblemente, es la primera imagen que pertenece a la masonería “andersoniana”. En el cuadro: John de Montagu, 2º Duque de Montagu, entrega el rollo de las Constituciones y compases a Philip, Duque de Wharton. El Dr. John Desaguiliers es el último a la derecha.

Todos hemos oído hablar del
Dr. Anderson, autor de las dos primeras redacciones de las Constituciones de la Gran Logia de Inglaterra (1723 y 1738). Estos dos documentos marcaron un hito en la historia de las escuelas iniciáticas de Occidente, ya que formalizan y establecen por primera vez el marco regulador de lo que hoy día entendemos como la Masonería “moderna” o “especulativa” (1). 

Sin embargo, sospechamos que aunque muchos hermanos conocen a este hombre por los frutos de su trabajo como autor de las Constituciones, es posible que ignoren su trayectoria y su implicación personal en la creación de la Masonería a la que todos pertenecemos. Habrá otros que, a falta de datos, tienen una perspectiva un tanto distorsionada de su aportación masónica. Es más, muchos de los hermanos de corte “tradicionalista” tienden a “diabolizar” en extremo la figura de Anderson, achacándole todo tipo de posibles manipulaciones y profanaciones de la supuesta “masonería pura”, anterior al periodo que solemos denominar “especulativo”. Y si algunos masones hasta trabajan con la obra del H. Anderson en sus aras, otros lamentan la intervención epistolar y creativa de este hermano, calificándolo de historiador pésimo y bárbaro innovador, sobre todo por sus reformas de la Orden, reformas con tintes modernistas entre otras cosas. 

En el presente trabajo pretendemos repasar los datos biográficos de este hermano que nos son conocidos, una tarea bastante humilde a primera vista. Pero esperamos que esta incursión casi únicamente histórica no sólo nos permita ver de manera más clara al propio personaje, sino que también nos brinde la posibilidad de reevaluar su aportación a la Masonería Universal. A lo largo de este artículo también intentaremos aclarar algunos de los puntos más controvertidos acerca de los clichés que circulan de boca en boca por el mundo masónico.

Los datos biográficos sobre Anderson son escasos y, para no perder de vista en nuestra investigación su calidad de hermano, aparte de exponer algunos hechos históricamente corroborados, expondremos aquí la hipótesis sobre la existencia de una filiación masónica en la familia de Anderson. Para hacerlo, hemos de comenzar por el supuesto padre de Anderson, también llamado James.
Se sabe con seguridad que un tal James Anderson fue un distinguido miembro de la Logia de Aberdeen, Escocia, aunque no sabemos a ciencia cierta si él fue el padre de nuestro héroe, como se ignora si ello tuvo influencia alguna sobre la formación masónica de su supuesto hijo.
Este James Anderson “padre”, también aberdinense, redactó el elaboradísimo Libro de Marca (Lockit Buik) durante sus años como secretario de la Logia. También fue el Maestro de la misma durante los años posteriores a 1690 y en 1719 todavía sirvió como Maestro de Llaves (keymaster) de la institución. A pesar de que ser el Maestro de Llaves puede parecer poca cosa a primera vista, su función no carecía de cierta importancia. Los Estatutos de la logia de Aberdeen dicen que el libro “tiene que permanecer cerrado en su Caja, exceptuando los casos en que habría de ser trasladado al lugar indicado donde se recibe a un Aprendiz Entrado y donde ordenamos a todos nuestros sucesores venideros en el Oficio del Masón; hay que tener un cuidado especial con este libro; no puede dejarse, ni ser retenido por ningún escriba, ni tampoco dejarle tomar notas en él, a no ser que tres Maestros de Llaves estén presentes” (2). 
Algunos historiadores creen que este masón, tocayo de nuestro protagonista, era su padre, sin embargo, sólo disponemos de pruebas colaterales de ello. Expondremos algunas de ellas más abajo. Por ahora, tan sólo añadiremos que el sello personal con escudo de armas que Anderson usaba en las Constituciones luce la marca masónica personal de Anderson “padre”, la cual se encuentra en dicho Libro de Marca. Por tanto, esto confirma que Anderson no podría siquiera haber visto este Libro, a no ser que, efectivamente, se hubiera iniciado en esta logia. Las minutas de la Logia de Aberdeen, sin embargo, no hacen mención alguna a su iniciación, aunque también sabemos que podrían ser incompletas. El historiador R.F. Gould considera “altamente probable” que el joven Anderson fuera iniciado en Escocia y que hubiera podido llevar a Inglaterra “un volumen de conocimientos masónicos igualable al de cualquier otro hermano inglés”. El mismo Gould incluso ve en el hecho de que las Constituciones fueron encargadas a Anderson “un reconocimiento de su supremacía como votivo del Arte Real (Masonería)”. 
Con todo, hay que decir que algunos estudiosos consideran esta hipótesis, un tanto romántica, sobre la supuesta filiación en la familia de los Anderson, carente de base e improbable. A pesar de todo lo que sabemos sobre la existencia del Libro de Marca y sobre Anderson “padre”, miembro de la Logia de Aberdeen, y del curioso hecho de que su Marca se encuentra en el sello personal de nuestro James, todos estos hechos son considerados por algunos investigadores como meras coincidencias, por no decir algo peor. Así, para algunos de ellos, el James Anderson de las Constituciones no tiene nada que ver con el masón Anderson de Aberdeen. Afirman que, posiblemente, el primero se apropió de la marca del último sin derecho alguno a ello, y que el propio Libro no era más que una especie de almanaque en el cual se registraban los Maestros de la logia y los visitantes. Y en todo caso, todo este proceso de registro no estaba acompañado de ningún tipo de ritual y mucho menos de algún ritual parecido a lo que hoy conocemos como el ritual de grado de Marca.
Hay que hacer constar, sin embargo, que la prueba de la filiación masónica entre los dos Anderson, expuesta por historiadores, no se ha basado jamás en la existencia del Libro de Marca o en la aparición repetitiva de la marca de uno en el sello del otro. Todos estos detalles no son sino un engarzado elegante de esta teoría. En realidad, las pruebas expuestas son bastante más ocurrentes.
Según esta teoría, nuestro Anderson tuvo un hermano, llamado Adam Anderson, nacido en 1692 y fallecido en 1765, el cual, parece, trabajó en el área de comercio e industria y hasta escribió y editó una monumental Historia del Comercio. Aparte de por la obvia partida de nacimiento de Adam, también sabemos de su existencia por los periódicos de la época: por ejemplo, el autor de un artículo en el Gentleman Magazine, datado en enero de 1783, habla sobre su amistad con Adam, mencionando de paso su parentesco sanguíneo con “James Anderson, editor de las Genealogías Reales”. 
Adam Anderson fue bautizado en 1692 y, tal como confirma el autor del artículo, era el hermano de James Anderson, pastor y autor de las Constituciones. El mismo James afirmaba haber nacido en Aberdeen y hemos de suponer que su hermano nació en el mismo lugar. Si seguimos los registros de los bautizos de aquel entonces, el único Adam Anderson bautizado durante este periodo era el hijo de James Anderson “padre”, el masón y Maestro de Llaves que hemos mencionado arriba. Según los mismos registros, este Adam tuvo un hermano, James, que a su vez fue bautizado en 1679. Aparte de esto, en los anales de la Universidad de Aberdeen, con la cual nuestro protagonista tuvo una conexión muy cercana durante toda su vida, también figuran ambos hermanos: James entra allí en 1694 y Adam en 1708.
Este detalle no es el único que nos permite considerar la versión de la filiación masónica en la familia de los Anderson como muy plausible. Algunos de los apologetas de la teoría de la influencia dominante escocesa sobre el autor de las Constituciones llegan a hacer ascender la masonería escocesa al mismísimo Sinclair y su dinastía. Sin embargo, en el marco de este trabajo ya no podemos prestar más atención a esta teoría, por lo que esperamos que otros investigadores aporten más luz sobre el tema. 
Volviendo a nuestro pelirrojo protagonista escocés, hijo, como ya sabemos, de un masón, diremos que nació en Aberdeen en 1679 y que se educó en el Marischal College en la misma ciudad. Durante los cuatro años siguientes a graduarse como Maestro de Artes en 1698 estudió teología. Según algunas fuentes, al completar sus estudios en 1702, Anderson trabajó como capellán en el hogar de un noble, Earl of Buchan. De este último no tenemos ningún dato que nos lo permita vincular con la masonería, aunque sí sabemos que sus hijos fueron masones. En 1707, Anderson apareció en Londres, donde se casó con una viuda inglesa, Rebecca, que poseía algún capital, y ocupó el cargo de pastor presbiteriano, según se deduce de sus prédicas a la congregación de Glasshouse en 1709. Ya en 1710, Anderson fundó su propia congregación en una capilla en Swallow Street, Westminster.

Lo poco que podemos saber sobre la visión religiosa de Anderson se deduce de sus sermones y tratados. Es interesante, aunque no es el tema de este trabajo, dilucidar los puntos comunes, y como no, divergencias entre lo que Anderson predicaba y lo que luego aparece en las Constituciones. Entre otros, resultan interesantes los siguientes temas mencionados en sus sermones: por ejemplo, en 1712, Anderson habla sobre la feliz escapatoria de “las mandíbulas del Papismo y el Esclavismo” y advierte sobre el peligro del “contagio del escepticismo y el deísmo”. Según Anderson, “hay demasiados que piensan que Dios es un ocioso espectador de los acontecimientos mundanos y que no le conceden mayor poder de control que el de un relojero o arquitecto”. Esto es una réplica interesante si consideramos el papel de la figura simbólica del Arquitecto en el desarrollo posterior del simbolismo masónico. A la vez, algunas de las obras de Anderson proclaman mayor tolerancia a otras confesiones religiosas: en 1713, Anderson publica unos versos para el difunto Arzobispo de Londres y hace lo mismo para los Arzobispos de York (1724) y Cantenbury (1737), e incluso para Jorge I (1727). El tema de la tolerancia inter-confesional vuelve a aparecer en sus sermones en 1718. 

Esta postura, sin embargo, suscita muchas críticas en todos los frentes: a lo largo de su carrera, en varios panfletos críticos Anderson fue llamado “mojigato fraudulento”, “nulidad teológica”, “párroco chulo” o incluso “priapista presbiteriano” (este último epíteto se le atribuyó por haber contraído supuestamente una enfermedad venérea, hecho que se hizo público). 

Los ataques que sufría Anderson provenían también de los fieles de su propia denominación que, básicamente, lo culpaban de falta de celo religioso. En sus Constituciones, Anderson define este celo agresivo como “entusiasmo”. De ahí, dicen, que la frase “Él no era un entusiasta”, grabada en algunas tumbas de la época, suponía en realidad una aprobación de la actitud del difunto (3). Anderson, por lo que pudimos averiguar siguiendo los documentos de la época, siempre sostuvo su postura con mucha dignidad y jamás renegó de sus convicciones.

El perfil biográfico de Anderson se puede reconstruir a partir de su actividad profesional y masónica, ya que sabemos muy poco de su vida personal. La pareja tenía dos hijos y aparentemente, en el periodo entre 1717 y 1720 perdió gran parte de su capital debido a la burbuja especulativa. Algunos autores afirman que la pobreza que se avecinaba fue la causa de que Anderson personalmente se propusiera para redactar las Constituciones. Sin embargo, no existe evidencia alguna de ello. Por otro lado, sabemos que él era versado en el tema de las antigüedades y compilaba genealogías para los nobles. Este último oficio lo tuvo ocupado hasta sus últimos días. 

El 29 de septiembre de 1721, el Gran Maestro Montagu y la Gran Logia, “al haber encontrado faltas” en las copias de las Antiguas Constituciones, encomendaron a Anderson “fusionarlas (digest) en un nuevo y mejor método”. La obra fue presentada ya durante la siguiente reunión, el 27 de diciembre del mismo año. En marzo de 1722, después de que una comisión de 14 “hermanos instruidos” hubiera examinado el trabajo y hubiera hecho las correcciones pertinentes, “la logia desea que el Gran Maestro lo envíe a la imprenta”. Es decir, se tardó unos seis meses en escribirlas, adaptarlas, corregirlas y aprobarlas, algo envidiable incluso para según qué trámite de hoy día. Evidentemente, la nueva Gran Logia consideraba importante la inminente aparición de un documento masónico actualizado y dirigido al público, sin, no obstante, pretender revelar ninguno de los secretos propios de la masonería, tal y como habían hecho varios panfletos de aquel entonces.

El periodo entre la aprobación de la redacción de las Constituciones y su salida de la imprenta no fue fácil para la nueva Gran Logia. No es el tema de este trabajo, pero aparentemente se produjo una especie de coup d’etat en miniatura y el polémico Philip, Duque de Wharton, asumió el mando de la Logia. De hecho, fue Wharton quien dio la última aprobación al libro. Dejaremos al margen esta complicada historia, pero no sin antes puntualizar que algunos hechos los conocemos gracias al propio Anderson, que los apuntó tanto en la versión de los hechos que él anotó en las segundas Constituciones de 1738, como en la de las minutas de la logia, que ya se estaban tomando. 

Se suponía que el libro “habría de ser recibido por cada Logia” y eran “las únicas Constituciones de los Masones Libres y Aceptados”. Su finalidad también era la de ser estudiado por los candidatos y la de serles leído durante sus iniciaciones. Hay que mencionar que aparentemente no todos los miembros estaban dispuestos a aceptar esta nueva versión y descartar tan fácilmente las Constituciones Antiguas (Old Constitutions). Estas últimas, para disipar cualquier duda, fueron descritas como “hechas trizas y confusas…corrompidas, no sólo por falsas transliteraciones, sino también por graves errores en la historia y la cronología, debido al tiempo que ha pasado y a la ignorancia de los escribas en aquellas edades oscuras”.

Sin embargo, los creadores de la masonería de nuevo tipo no pretendían cambiar nada de lo esencial del método de la masonería antigua y, aparentemente, vigilaban este asunto con mucho celo. Según las minutas de la Logia Antiquity, durante la reunión del día 3 de noviembre de 1722, “El Maestro notificó sobre los procedimientos de la Gran Logia y el nombramiento de H. Anderson para revisar las Constituciones. La opinión de la Logia fue que el Maestro y sus Vigilantes debían atender cada Comité durante la revisión de las Constituciones con el fin de que no se hiciera ninguna variación en el Sistema Antiguo”.

El rasgo más destacable de las nuevas Constituciones es un intento de presentar una Masonería más tolerante e integradora. Como hemos visto más arriba, durante su vida como pastor presbiteriano, Anderson no tuvo reparo alguno en atacar a los deístas o unitaristas y lo hizo tanto antes de 1723 como después. Sin embargo, en la Logia él y, por extensión, todo masón que aceptara estas Constituciones dejaba estos argumentos de lado. En este sentido, la nueva Masonería de las Constituciones no pretendía ser una repetición o prolongación inmediata de la Masonería Operativa, ni tampoco pretendía ser su heredera directa. Suponía un paso evolutivo, pretendía indicar que la religión podría dejar de ser la esencia de la vida sin perder, sin embargo, su papel fundamental como punto de partida, e ir cediendo su lugar central al “Amor Fraternal, como cimiento que mantiene el edificio” y a “la Ley Moral” como un imperativo regidor y piedra de toque en el trato del masón para con sus prójimos. Aquí, “La Ley Moral” es la idea clave y el único acuerdo posible para paliar las diferencias entre humanos, ya sean religiosas o de otra índole, y el “Amor Fraternal” es la causa y la base para poner esta Ley en marcha, siendo el Amor su función dinámica. 

La búsqueda de “aquello que une” en vez de “aquello que separa” no era algo nuevo en esos tiempos. El mismo Isaac Newton (muy venerado por Desaguiliers -4-) reflexiona en sus notas sobre la “parte esencial de la religión”, “de naturaleza inmutable, ya que se basa en la razón inmutable”. El amor a Dios y al prójimo era lo esencial, así que “esta religión puede ser denominada la Ley Moral de todas las naciones”. En 1722, Robert Samber, otro autor masón y alquimista, también conocido como Eugenius Philalethes Junior, escribió: “…la religión que profesamos…es la mejor que haya existido nunca o existirá o puede existir. (…) Es amar a Dios por encima de todas las cosas y al Prójimo como a sí mismo; esta es la religión verdadera, católica y universal, acordada así en todos los tiempos y confirmada por nuestro Señor y Maestro Jesús Cristo”. Los sermones de Anderson del mismo año contienen ideas muy parecidas y la segunda edición de las Constituciones recoge esta reflexión casi literalmente. 

Anderson, sin embargo, no expone un nuevo dogma para una nueva denominación, sino que provee a la nueva organización con un amplio marco para trabajar. No olvidemos que la unidad y homogeneidad religiosas eran habituales entre los masones operativos. Es muy probable que en un nuevo mundo multicultural y religiosamente muy fraccionado este marco tan amplio para la nueva masonería tuviera que ser adaptado por la nueva Gran Logia de acuerdo con las nuevas realidades. Y no obstante, en ello no había otra pretensión que la de proveer a los masones con un espacio iniciático para trabajar, al fin y al cabo, en un ambiente con unas características similares a las de los antiguos gremios, asegurando ante todo una consensuada homogeneidad de este ambiente.  

Son interesantes algunas sutilezas de expresión que podemos encontrar en las Constituciones. Por ejemplo, la famosa frase “El masón está obligado, por vocación, a practicar la moral y si comprende bien el arte, nunca se convertirá en un estúpido ateo, ni en un libertino irreligioso" puede y, quizás, debería ser entendida no como una prohibición de entrada a los ateos en la Masonería, sino como una indicación de que aquel que comprende adecuadamente el Arte jamás podrá sostener semejantes credos como los de ser ateo o libertino. Y si con el concepto de “ateo” está todo más o menos claro, a pesar de que algunos sofistas rebuscados consideran que el “ateo inteligente” escaparía a esta condena (suposición absurda que no discutiremos aquí), no es así con el “libertino”. Nótese que en la lengua inglesa en el S. XVIII, el concepto de “libertino” no significaba lo mismo que lo que entendemos hoy día, a saber: “el que actúa con libertinaje”, o sea, con “actitud irrespetuosa de la ley, la ética o la moral; de quien abusa de su propia libertad con menoscabo de la de los demás”, como lo define el DRAE. En el contexto histórico de los tiempos de Anderson, la palabra “libertino” significaba una especie de librepensador, caracterizado por pretensiones de crear o tener su propio marco de creencias (“make-it-up-yourself belief systems” – “sistemas de creencias invéntatelas-tú-mismo”, como lo expresó en una charla privada un hermano inglés). Posiblemente, en aquel entonces este concepto incluía a los deístas (5). Quizás, en su extremo la visión “libertina” en tiempos de Anderson sería algo muy cercano a lo que hoy se suele entender por “ietsism” (6). Vemos, que esta frase de Anderson no es una simple prohibición tajante, sino una sutil exposición de las condiciones y pre-requisitos imprescindibles para el progreso iniciático del masón y hasta puede servir de “papel de tornasol” a lo largo de toda la carrera masónica del iniciado. En este y algunos otros párrafos la ambigüedad de Anderson es casi magistral.

Dejando de lado el tema de su involucración en los asuntos de la Gran Logia, a lo cual volveremos más tarde, mencionaremos que en los años 1730 Anderson publicó varios sermones (La palabra se hace carne, A la Iglesia Escocesa  (incluía la genealogía de Jesús de Nazaret), El Señor suelta a los prisioneros) y un tratado teológico (Unidad en Trinidad y Trinidad en Unidad). Este último era manifiestamente tradicional y cristiano, e iba dirigido contra los “idólatras, judíos modernos y anti-trinitarios”. Durante este periodo, su interés por la composición de genealogías se centró en la traducción de la obra de Johann Hübner, en la cual se recogen las genealogías de los reyes, emperadores y príncipes, con notas y comentarios del propio Anderson. Como resultado, en 1732 apareció el volumen Genealogías Reales o Tablas Genealógicas de los Emperadores, Reyes y Príncipes, de Adán a nuestros días (Royal Genealogies; or, the Genealogical Tables of Emperors, Kings, and Princes, from Adam to these Times). El mismo Anderson afirmaba que este trabajo le costó siete años de su vida. Para subvencionar esta magna tarea Anderson hizo circular una propuesta de suscripción, que aparentemente incluía a muchos nobles y masones, entre ellos, Desaguiliers. Esta fue una de las obras más prestigiosas de Anderson y es probable que precisamente este trabajo fuera la causa por la que en 1735 recibió una donación de 200 libras de la reina. A su vez, Anderson ganó el mayor reconocimiento académico: en 1731 su propia universidad, la Marischal College, le certificó como Doctor de Teología y un periódico londinense se refirió a él como “un gentilhombre conocido por sus saberes extensos”.

Lamentablemente, las Genealogías Reales como proyecto comercial no triunfaron y hasta después de la muerte de Anderson en la prensa seguían circulando ciertos comentarios negativos respecto al coste del mismo. Su carrera como pastor también sufrió un declive: una parte de sus fieles, dicen, le abandonó por su amor irrefrenable por las ceremonias, por lo que le llamaban “obispo Anderson” y “pequeño litúrgico James”, y en 1734 Anderson, acompañado por una parte de su congregación, dejó la capilla de Swallow Street y se trasladó a Lisle Street.  Aparentemente, la masonería con su parsimonia ritual, aunque todavía muy rudimentaria, había calado en Anderson hasta la médula. 

Ese mismo año se agotó la primera edición de las Constituciones. Un año después, en 1735, se publicó en Dublín Compañero de bolsillo para franc-masones (Pocket Companion for Free-Masons), un libro de bolsillo escrito por William Smith y plagado de referencias a la obra de Anderson y párrafos directamente copiados de la misma. Anderson respondió con una carta a la Gran Logia, donde se quejaba de que “una parte considerable de su libro había sido pirateada sin su consentimiento”. Así pues, se decidió editar una versión revisada y en breve Anderson presentó otra redacción para aprobación de la Gran Logia. 

Los cambios efectuados en la nueva redacción de las Constituciones merecen un estudio aparte, ya que en ellas aparece una nueva figura, la Ley Noaquíta, pero aquí no podemos extendernos más sobre ello. Al final, la nueva redacción se aprobó, al respecto de lo cual tan sólo señalaremos que si la primera edición contenía 91 páginas, la segunda constaba de 231. Ello se debió, básicamente, a que se amplió la parte “histórica” de la masonería. No fue exactamente por iniciativa del mismo Anderson, ya que en marzo de 1735 se le encargó incluir en la nueva redacción el listado de todos los Grandes Maestros desde los principios del tiempo. A pesar de todo, la nueva redacción debió obtener una hipotética ventaja comercial, pues se ordenó como “el único libro para el uso en las logias”.

Durante este periodo la salud de Anderson empeoró considerablemente. En abril de 1738 escribió a Lord Perceval acerca de las investigaciones que estaba llevando a cabo sobre la familia del noble y, por lo visto, seguía inmerso en este proyecto cuando escribió la última de sus cartas que nos es conocida (7). Esta carta, firmada como “su genealogista”, iba dirigida al Sir Philip Parker-a-Morley-Long y data del 15 de mayo de 1739. La portadora de la misiva era la hija de Anderson y en el escrito el autor básicamente se quejaba de su salud.  Afirmaba que se dirigía a las afueras de la ciudad para recuperarse, pero que su enfermedad se lo impidió sumiéndolo en la insolvencia, por lo cual “me veo forzado”, decía, “en contra de mi inclinación, a solicitarle el favor de un modesto adelanto”. La última nota de la carta hacía referencia a la urgencia con la que Anderson necesitaba ese dinero: “El portador traerá con cuidado lo que me envíe”. Es decir: envíemelo ya, por favor.

Dos semanas después, el 28 de mayo, Anderson moría en Exeter Court. La noticia apareció en los obituarios de algunos periódicos de la época: “un pastor eminente” y “reconocido Compañero polifacético” (Gentlemen’s Magazine); “gentilhombre de habilidades descomunales y de conversaciones sofisticadas, (…) estuvo, durante años, expuesto a los infortunios (…) gentilhombre que, con los veinte años de estudios, dedicados a dar al mundo un libro de trabajo inconcebible y de uso universal, padeció, víctima de sus intentos de servir a la humanidad” (The Scots Magazine). El autor del último obituario lamenta con acritud que mientras el talentoso Anderson sufría, los patrones ingleses despilfarraban fortunas en cantantes italianos. 

En la descripción de su funeral, por un periódico local, se reconocía a Anderson como pastor y franc-masón. Se comentaba también que había sido enterrado en el cementerio de Bunhill Fields “en una tumba notablemente profunda”. Su ataúd fue llevado por sus colegas de oficio y el propio Desaguiliers. Alrededor de una docena de masones rodeaban la tumba. El Dr. Earle (famoso pastor de la época con un doctorado escocés) “habló sobre la incertidumbre de la vida”, aunque “sin mencionar ni una palabra sobre el difunto”. Después, “en una postura solemne y sombría”, los masones levantaron sus manos y golpearon tres veces sus mandiles en honor al difunto. 

Aequat omnes cinis… (8)


NOTAS:

 1- Creemos que lo más correcto sería hablar sobre la masonería de la época exclusivamente como de una “masonería aceptada”. Desde el año 1600, “aceptados” han sido muchos masones: nobles, científicos, mecenas; un ejemplo muy famoso fue Elías Ashmole. Aunque el matiz puede parecer insignificante, de alguna manera hace justicia a la algo incierta opinión que insiste en una supuesta ausencia de filiación entre logias operativas con masones aceptados y las logias que comenzaron a aparecer a partir del 1717, exentas ya en la mayoría de los casos de masones operativos. Según T. Churton, de hecho el término "especulativo" aparece por primera vez en una carta, datada el 12 de julio de 1757, escrita por el Dr. Manningham, Diputado Gran Maestro de la Gran Logia Premier de Londres, a su hermano-masón Sauer en Hague y se usa para distinguir claramente las logias de nuevo cuño de las del mundo de la "arquitectura práctica".



2- Lo que aquí denominamos el Libro de Marca, en escocés corresponde a Lockit Buik, - Libro Cerrado (locked book). Por otro lado,  -dato curioso- Santiago de Villanova comunica en su trabajo Palabras Sagradas y Qabbalah en Masonería que en el Compagnonnage francés el  Rôle, o el rollo de pergamino, que contenía unos detalles del reglamento y ritual de esta organización, era un equivalente de lo que hoy en nuestras logias está representado por el Volumen de Ley Sagrada: "(El  Rôle) era ritualmente conservado en un cofre, para cuya apertura era necesaria la presencia de tres compagnons y que se guardaba en la sede de la organización en una habitación cerrada".

3-  Cada época aporta sus matices a los términos, que nos pueden parecer muy conocidos y hasta “gastados”. Por ejemplo, conocemos el “entusiasmo” de las Sibilas griegas, que entraban en este estado en la comunicación con lo Divino. En la época de Anderson y según el Diccionario de Samuel Johnson (1709-1784), el entusiasmo es “una creencia vana en la revelación personal, (...) vana confianza en favores o comunicación divinas”.
4- John Theophilus o Jean Théophile Desaguiliers (1683 - 1744) fue un filósofo francés, aunque estudió en Oxford y residió en Inglaterra. Fue Miembro de la Royal Society de Londres y asistente y divulgador de Isaac Newton. También fue uno de los fundadores de la Gran Logia de Londres y uno de sus Grandes Maestros (1719). Se sospecha que posiblemente fue el autor de las innovaciones de los rituales de la nueva Gran Logia, incluido el Grado de Maestro. Según Albert Mackey, que a su vez cita a De Feller y su Biographie Universelle, Desaguiliers murió en extrema pobreza, abandonado por su familia y enfermo de demencia, la cual le incitaba a disfrazarse de arlequín en su casa. 

5- Aunque no es el lugar para discutir el valor iniciático de los criterios de la regularidad, diremos que, en nuestra opinión, el requisito de la Fe en el Ser Supremo y Su Voluntad Revelada, tal y como lo dicta el canon de regularidad inglés, implícitamente conlleva, como mínimo, la existencia de dos cosas: 1) que el candidato esté adherido a una de las religiones monoteístas organizadas e identificables, y 2) que, por medio de la aceptación de la Sacralidad de las Escrituras Reveladas correspondientes a su religión, reconozca a la vez tanto la Trascendencia, como la Inmanencia del Altísimo.

6-  http://en.wikipedia.org/wiki/Ietsism, página en inglés

7- Ya después de su muerte ha sido publicado su último trabajo, curiosamente titulado “Las noticias de los Campos Elíseos, o Diálogos de los Muertos”.

8- "La ceniza nos iguala a todos", Séneca